Carta a mi padre
Porque no podía dejar pasar tu cumpleaños sin escribirte
Ser padre es la única profesión en la que primero se otorga el título y luego se cursa la carrera.
Papá, hoy es tu cumpleaños. Si pudiera poner en orden mis ideas, todo lo que me revolotea por la cabeza tendría sentido... son tantas las cosas que me gustaría decirte, que ni si quiera se por donde empezar ni como hacerlo. Son muchas las veces en las que me he preguntado si verdaderamente Dios existe, y si es así, no puedo evitar preguntarme ¿por qué existen las guerras? ¿por qué existe la hambruna? ¿por qué la existencia de tantas cosas malas? ¿por qué las injusticias, porqué existen tantas enfermedades? pero lo peor de todo: ¿porqué...te fuiste? ¿por qué me dejaste atrás?
Cada noche entre mis sueños yo me escapo a verte, te veo, te hablo, e intento retenerte, e intento de nuevo traerte, pero al despertar me golpea esta cruda realidad, que tú no estás... que jamás volverás. ¿Sabes? Ayer pude estar cerca de ti otra vez, los recuerdos de aquel día en que te fuiste volvieron una vez más a mi mente... no pude evitar sentirme un miserable por no haber tenido el valor de entrar a tu habitación en el hospital luego que me dieron la noticia de tu muerte apenas minutos antes que yo llegara... me arrepiento de no haber tenido el valor de entrar, de darte un beso en la frente y despedirme de tí... pero no podía, no tuve el valor... sabía que me quebraría y caería en la desesperación. Sonará egoísta quizá y sé que sabes bien que no es mi intención en ningún aspecto... pero en ese horrible momento, solo podía pensar en que me habías dejado atrás, en lo que pensarían los demás si yo me derrumbaba, en mi madre... en que ahora debía protegerla y tomar tu lugar... en ningún momento pensé si me necesitaste durante la última noche, no pensé si me llamaste en susurros o con tu mente cuando te diste cuenta que la muerte venía por tí. Quería mantener mi recuerdo de tu rostro sonriente, incluso conectado a ese maldito balón de oxígeno, esa mirada tierna y con guiños sarcásticos que tenías para demostrarme lo mucho que me amabas
Hoy como siempre mis manos tiemblan al escribir, mis ojos se humedecen y mi corazón se encoje; los recuerdos invaden nuevamente todo mi ser y solo me viene una pregunta a la mente... ¿Papá, es que hoy va a ser un día gris?. Tú siempre me pareciste el mejor de todos los hombres, el más inteligente, el más sabio y el más galante; pero sobre todo, el más feliz con sólo saber que tu familia estaba siempre a tu lado
Recuerdo aquellas mañanas en que me esperabas para tomar desayuno conmigo mientras yo entre bostezos me sentaba en la mesa, ansiando no tener que ir al colegio. Recuerdo a la perfección tu caminata por la sala cuando yo me quedaba dormido en el sofá esas tardes de invierno luego de terminar la tarea, tu beso en mi frente, el tacto de tus manos tibias alisando mi cabello. Te recuerdo poniéndome una frazada encima para que no sintiera en mi cuerpo infantil de aquel entonces, aquellos fríos de invierno y después, volvías a tu cuarto muy silenciosamente para que yo no me diera cuenta y pudiera seguir navegando entre los interminables dominios de Morfeo... ¿Sabes papá? Solamente fingía que estaba durmiendo
Atrás quedaron aquellos días de televisión juntos en nuestra casa viendo el Chavo del ocho y discutiendo por que equipo era el mejor, si tu Universitario o mi Alianza Lima; atrás quedaron también los helados que comíamos juntos cada vez que me acompañabas a la catequesis de primera comunión (aún me cuesta creer que me convencieran con helados de tomar un sacramento católico... pero no me arrepiento de ello) Pasan los años y yo aún pienso llegar y encontrarte en la casa, sentado en tu cama leyendo el periódico, o en el jardín regando tus plantas adoradas... por cierto... una de las cosas que más extraño de nuestra antigua casa es el jardín... lamento no haber podido protegerlo
Papá, mis manos ya no pueden acariciar tu pelo lleno de canas y aunque te siento a mi lado cada vez que me pongo tu cadenita y uso tu brazalete... no es ni de lejos lo mismo. ¡Cuánto te extraño! La vida ahora es muy distinta, me he convertido en un árbol casi maduro, un roble al que aún le queda mucho por crecer... ¿Sabes? Cuando miro a toda esa gente caminando por la calle, me imagino que todos (o casi todos) se sienten tan perdidos como yo, eso me consuela y me hace seguir adelante, me hace ir al encuentro de la felicidad, que tú siempre me aseguraste que existe
Si la grandeza de los hombres se mide, no por el dinero, ni los apellidos, ni los abolengos, sino por su dignidad, por su honradez y por su nobleza, ¡entonces a ti te cabe la gloria de haber sido un hombre grande! Cuántas veces, pero cuántas veces me encontraba con funcionarios con cargos rimbombantes y ególatras de pacotilla que presumían de sus rangos y logros, sin mencionar incluso las rencillas que hasta hoy sostengo con varios primos por decirles la verdad con tanto sarcasmo como me es posible... tenías razón viejito, a la gente no le gusta escuchar la verdad porque les recuerda sus miseras que tanto se empeñan en esconder. Nunca olvidaré los comentarios de mis tíos y tías cuando cuentan con una sonrisa en el rostro y el agradecimiento grabado en las pupilas, la enorme ayuda que le dabas a todo aquel que te necesitaba, incluso cuidaste hijos que no eran tuyos si no que eran parientes políticos, solo porque merecían una oportunidad de estudiar y salir adelante (sin mencionar que eran tus sobrinos... pero eso lo dejo para otra carta) ¿Sabes? Cuando converso con alguien que te conoció de muchos años más que yo, siempre escucho una misma frase "El flaco siempre estaba tratando de ayudar a otros”. Eso papá, que hacías con tanto amor, con tanta vehemencia, es lo que se llama SOLIDARIDAD. Que orgulloso papá me siento de ti, porque para practicar la solidaridad como tú lo hacías se necesita tener grandes virtudes humanas, y tú ¡las tenías todas!
Incluso cuando estabas hospitalizado, tratabas que no me preocupara y me decías: “Tranquilo, estoy mejor, descansa y no te preocupes por mí”. ¡Qué corazón tan grande el tuyo! ¡Qué corazón tan noble! Por eso, quiero que sepas que no te recordaré con tristeza ni ahogándome en los momentos tristes y difíciles de los últimos días. ¡NO! Te recordaré como el gladiador que siempre fuiste, el hombre optimista, el hombre valiente, comprensivo, jovial y, sobre todo, dotado de gran sabiduría y de mucho valor personal
Te recordare con alegría para que así, en el cielo tú también estés feliz. Quizás nunca te lo dije papá, pero tu disciplina, tu carácter y tu formación , me convirtieron en el hombre que soy hoy. Me enseñaste que lo primero siempre es la familia, que esos momentos (si, admito que son pocos, pero ahí están) son lo más valioso que voy a tener. Por eso es que el hombre que soy hoy te lo debo a ti. Tú, que fuiste miembro del Ejército, contador, periodista y hasta jardinero aficionado (claro que cuidabas de tu jardín porque dudo que de buena gana hubieses cuidado los jardines de otros) Tus manos salieron como entraron a esas instituciones: limpias y transparentes como el agua cristalina que sale de la montaña. Tu vida la viviste humildemente con intensidad. Tu lucidez mental, tu claridad de pensamiento, tus respuestas inesperadas llenas de sarcasmo y humor negro, siempre fascinó a mis amigos y compañeros, que también guardan el mejor recuerdo tuyo. A todos mis amigos que te conocieron, les sorprende aún la energía inspiradora de tus últimos años, y es que supongo que sin saberlo, nos demostraste aquella frase de Abraham Lincoln que expresa que: “Al final, lo que importa no son los años de la vida, sino la vida de los años”
De ti nunca aprendí el pesimismo, ni el odio, ni la envidia, ni la maldad contra nadie. Nunca te escuché quejarte del pasado, de lo que no fue o de lo que no pudiste hacer. Vivías el presente, añorabas el futuro y caminabas hacia adelante. Para ti, como dijo Agatha Christie: “La vida fue una calle de sentido único”. Viviste con amor en tu corazón. Aplicaste a plenitud el perdón a los demás; como lo cuenta San Mateo en el relato en que Pedro a Jesús le dice: “Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces? Y Jesús le respondió: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”
Finalmente papá, gracias le doy a a la vida por haberme permitido ser tu hijo y tener la familia pequeña pero maravillosa que tengo, porque si volviera a nacer y pudiera escoger entre todos los padres del mundo, volvería a escogerte a ti. No te digo adiós, papá, tú nunca morirás en mi memoria, porque los recuerdos nacidos y vividos en el amor, son eternos