Para comenzar debo aclarar que yo no soy un tipo deportista, voy ocasionalmente al gimnasio más que nada para hacer pesas, sin embargo, prefiero el tenderme frente al mar con un buen libro a descansar y relajarme. Como entenderán, una rutina completa en el gym no sería precisamente mi primera elección
El inicio de la pesadilla


Estaba desparramado en mi cama el domingo en la mañana cuando recibí una insistente llamada al celular… quienes me conocen saben que nunca o casi nunca contesto las llamadas los días domingo... Mi descanso es sagrado

Sin embargo el teléfono no dejaba de sonar, de muy mala gana me puse en pie y contesté la llamada. Era Daniela, mi ex, con quien curiosamente tengo una muy buena relación y contrario a lo que suele suceder en el común denominador de la gente, nos mantenemos como muy buenos amigos. Daniela me preguntó: ¿por qué no vienes al spinning conmigo? Me quedé en silencio unos segundos mientras analizaba la propuesta. Había dormido bien y me provocaba sudar un poco… aunque mi idea era otra… sin embargo ese irritante tono de desafío en su voz fue suficiente para que aceptase el reto por lo que decidí acompañarla


Luego de 30 minutos nos encontramos en la puerta del Gold´s Gym del Óvalo Higuereta, ella vestida con un conjunto deportivo de licra que le marcaba hasta el alma… (En momentos así, me cuestiono el por qué terminé la relación con Daniela) Ella, esbozando una sonrisita desafiante, me advirtió que la clase sería fuerte para un principiante como yo. Pero yo, con mi orgullo a hirviendo por su comentario, me decidí a borrar la sonrisa de su rostro, me reí en su cara y le dije que sería un juego de niños

 

-Tu clasecita de spinning me va a servir como calentamiento antes del ensayo de hoy- le dije y ella apenas sonrió, como si tratase de entender si le estaba jugando una broma o si hablaba en serio


Confiado en mi experiencia previa con el gimnasio, me puse ropa deportiva y anteojos oscuros y cargando una botella de agua, me dirigí a la sala número 2, listo para estrenarme en la moda universal del spinning. Un ejercicio que miles de mujeres y algunos hombres, subidos en sus bicicletas estáticas y pedaleando frenéticamente al ritmo de una música demencial, practican con una especie de devoción religiosa y celo fanático… Eso lo tenía muy claro


Antes de subirme a la bicicleta: el spinning no es un ejercicio más, es una secta peligrosa a la que no cualquiera puede pertenecer


-Si te cansas y no puedes seguir, dejas de pedalear y te bajas de la bicicleta -me dijo Daniela cuando entramos a la sala


-No me hagas reír, por favor- le dije, con una sonrisa arrogante. -Yo he jugado fútbol de chico, he practicado lucha libre y vale todo, hago caminata todos los días, mis piernas están entrenadas. ¿Tú crees que no voy a poder montar bicicleta por tan solo una hora?


El profesor de spinning se llamaba Miguel y era un cuarentón que a lo mucho llegaba al metro sesenta, musculoso y saltarín, uno de esos idiotas cargados de esteroides que son perfectamente felices ya que todavía no se han enterado de que algún día se van a morir. Le entregué mi ticket número 6 y me dijo que jalase mi bicicleta y la colocase en algún lugar frente a él. La maldita bicicleta pesaba una tonelada y no había cómo moverla de allí. Estaba arrastrándome como un condenado para desplazarla cuando alguien me hizo notar que debía levantarla y hacer girar sus rueditas. Fue un buen consejo. Puse la bicicleta detrás de todos, me subí a ella, respiré hondo y tranquilo y eché un vistazo: seis jóvenes mujeres comenzaban a pedalear de espaldas a mí y todas eran guapas y llevan poca ropa deportiva, especialmente una brasilera que había amanecido ese domingo con la feliz idea de hacer bikini-spinning, lo que me permitía la gozosa contemplación de su cuerpo y parte de su alma


-Comenzamos bien el spinning- pensé, mirando las piernas estupendas de la brasilera, pedaleando con pleno dominio de la situación. Miguel puso una música lenta tipo electro para calentar, aplaudió con desmedido entusiasmo, gritó frases de aliento que me parecieron exageradas e innecesarias y pidió que nos preparásemos para la posición número uno. Como yo, a mis 26 años, sólo conocía una posición para montar bicicleta, seguí pedaleando en mi posición uno (y única) La música era suave, las chicas estaban lindas, la brasilera montaba bici casi calata, Miguel movía el cuello distraído como si fuese bailarín de Ricky Martin y yo, pedaleando seguro y ganador, pensaba:


-Me está gustando esto del spinning- Entonces comenzó una canción algo violenta y la cosa se aceleró bastante, pero mantuve todo bajo control… Una música afiebrada invadió el gimnasio, sacudió los gigantescos espejos en los que nos veíamos reflejados… los estridentes chillidos que remecían los altoparlantes alborotaron al instructor y con un rugido nos obligó a pedalear como enloquecidos


-Posición dos- gritó Miguel… a mí me llegó altamente y no le hice caso por lo que seguí en mi posición única con aire de autosuficiencia. Se bajó de su bicicleta, se acercó a mí con un airecillo condescendiente y me dijo que la posición dos consistía en montar bicicleta sin apoyar el culo sobre el asiento, es decir casi parado sobre los pedales. Obedecí sus instrucciones de mala gana y empecé a pedalear como lo hacían él y las chicas… a partir de ese momento mi vida cambió dramáticamente y para siempre. Si el personaje de Conversación en la Catedral me preguntase ¿En qué momento se jodió tu vida?, tendría que decirle -Cuando pasé a la posición dos y pusieron la versión trance de American Pie cantada por Madonna


Porque así fue: apenas habían pasado diez minutos y ahora yo pedaleaba casi de pie como si estuviese escalando el Himalaya en bicicleta y mi mondongudo cuerpo de trabajador intelectual empezaba a bañarse en sudor mientras mi siempre infaltable gorrita addidas se me caía al piso (y con ella mi orgullo) Miguel, me gritaba que pasase a la posición tres y que pedalease más rápido. Yo con los ojos clavados en el reloj sólo tenía un pensamiento acosándome, flagelándome:


- ¿Cuánto falta para que termine esta pesadilla? - Pero el reloj parecía detenido: juro que no se movía. Entretanto, mi corazón saltaba, mis piernas se hamacaban, mi optimismo caía al suelo en forma de sudor y el espejo me devolvía la figura de un hombre que pedaleaba con tanta torpeza como angustia, sabiendo que esa estúpida clase de spinning podía acabar con su vida y sus más dulces ambiciones. Miré a Daniela, ella me sonreía fresquita desde su bicicleta, pedaleando a mil por hora como toda una profesional… Juré que no pararía de pedalear, aunque tuviesen que sacarme muerto. Mi orgullo estaba en juego. No permitiría que Miguel y su secta de fanáticas me humillasen. Sin saber cómo, pasé a la posición tres y empecé a descargar mis últimas energías en esos pedales imposibles. Vi el reloj y mi espíritu se hizo añicos como si fuese un cristal alcanzado por una piedra Sufrí entonces mi primer mareo… ¡Faltaban cuarenta y cinco minutos para terminar, y yo estaba a punto de desfallecer!


-Eso me pasa por no ir a misa- pensé, jadeando como un enfermo terminal -Voy a morir hoy domingo haciendo spinning. Pensé que mirar a la brasilera semidesnuda me devolvería los bríos perdidos, así que desvié la mirada hacia ella, pero gruesas gotas de sudor caían sobre mis entrecerrados ojos, nublando mi visibilidad y empañando de paso mis lentes. Casi no podía ver. Mi cara era un asco de sudor… una mueca agónica. La angustia del que siente cerca el final se podía leer a la perfección. Cuando se cumplió la primera media hora, el panorama era poco alentador, no sólo sudaba a chorros, me temblaban las piernas, mi corazón bailaba un mambo taquicárdico y yo no podía ver, sino que además, para agravar las cosas, empecé a toser convulsivamente, una incesante mucosidad comenzó a descender por mis orificios nasales y noté un dolorcillo alarmante en la zona baja posterior, allí donde descansaba mi humanidad en la posición número uno


Dicho de una manera más cruda: me dolía tanto el culo que ya no podía sentarme y sólo lograba pedalear en las posiciones dos y tres, que desgraciadamente eran las más extenuantes. Miguel cometió entonces un grave error: acallando por un momento sus chillidos de felicidad ciclística, bajó de su máquina, caminó hacia mí y se permitió criticarme (con ánimo seguramente constructivo). Me dijo que debía pedalear más rápido, no apoyarme tanto en mis brazos y encorvar más la espalda para que todo el peso de mi cuerpo recayese sobre mis desgarradas piernas


-Más rápido, más rápido -me gritó, sin advertir que estaba a punto de desmayarme- Reconozco que perdí el control y pido disculpas por ello. Miguel no merecía que lo mirase con tanto odio empozado y que le mentase la madre mentalmente. Tan turbia y amenazadora fue mi mirada, que se marchó a su posición de líder y dejó de mirarme


-Si voy a morir haciendo spinning, al menos déjame que muera pedaleando a mi ritmo, gringo malnacido- pensé, y ahora pido disculpas por ello. Miguel se vengó porque puso unas canciones trance violentísimas, vertiginosas al lado de las cuales las canciones de Eminem parecerían baladas de amor… pero mi ego de macho herido no se dejó intimidar y alentado por una mirada afectuosa de Daniela, empecé a dominar las posiciones uno, dos y tres y sentí de pronto el inesperado vigor de un segundo aire. Pensé que lo peor había quedado atrás cuando súbitamente mi pierna izquierda dejó de moverse… se trabó y, por mucho que insistí en seguir pedaleando al ritmo de la música, mi cuerpo se enzarzó en un nudo con los pedales… los pasadores de mi zapatilla izquierda se habían enroscado con la bicicleta y mi insistencia por seguir haciendo spinning heroicamente provocó lo que ahora narro con dolor. Mis pasadores, mi zapatilla, el pesado armatoste de fierro y yo mismo caímos al suelo húmedo de sudor… Como si nada hubiese pasado, las lindas chicas siguieron pedaleando ensimismadas y sólo Miguel se acercó preocupado, me ayudó a levantarme, me dio permiso para tomar agua (juro que me dio permiso para tomar agua: por eso digo que el spinning es una secta peligrosa que quiere apoderarse del mundo) y me preguntó si quería sentarme a descansar


-No- le dije, empapado en sudor, moqueando, los anteojos empañados, sin una zapatilla- Voy a seguir hasta el final. Y así fue. Terminé mi primera clase de spinning sin dejar de pedalear. Orgulloso de mi mismo, bajé de la bicicleta, respiré hondo y sentí que la pesadilla había terminado. 


-Ahora suban las piernas encima del timón y estírense- gritó Miguel, y yo lo miré con todo el odio del que fui capaz, y luego me estiré malamente sobre ese charco de sudor en el que había perdido mis mejores energías dominicales. Al salir, Daniela me felicitó y me preguntó si quería hacer unos abdominales… no le respondí. Ha pasado una semana y todavía no le hablo, tampoco puedo sentarme: por eso escribo estas líneas en la posición 2 que es la única en la que aún puedo mantenerme